Hoy, más que nunca, estamos escuchando la palabra “empatía”, que es una cualidad fundamental para poder relacionarnos positivamente con los demás, pero no lo único. Daniel Goleman define la empatía, básicamente, como la habilidad de entender o sentir las emociones de los otros y experimentar sentimientos que reflejan los suyos (empatía emocional), otras definiciones agregan la capacidad de imaginar y comprender cómo podrían estar pensando o sintiendo otras personas (empatía cognitiva).
Cultivar la empatía no garantiza, necesariamente, un comportamiento positivo. De hecho, si faltan otras habilidades socioemocionales, la empatía puede ser abrumadora y contraproducente. La prosocialidad y la moral se basan en el concepto de empatía, algo que no nos debería dejar ajenos en una sociedad democrática. La empatía es lo que nos permite ver más allá de nuestro propio punto de vista y nos hace ser capaces de cuidarnos los unos a los otros.
Entonces si la empatía es una habilidad tan relevante para nuestro desarrollo integral, ¿cómo es que no me enseñaron empatía en la escuela? Para enseñarla debemos hacerlo con el ejemplo, partiendo del hecho de que los profesores deberíamos enseñar, más aún relacionarnos en la vida, con empatía.
Generalmente, como docentes, nos toca lidiar con distintas situaciones, tanto en la sala de clases como fuera de ella, las cuales podrían enviar un claro ejemplo de empatía a nuestros estudiantes y promover comportamientos similares en sus relaciones.
Lo que vemos y oímos, es decir el comportamiento de nuestros estudiantes, crea en nosotros una percepción de ellos. En una sala llena de niños, niñas o jóvenes, es fácil reaccionar en base a los comportamientos que vemos, es normal que el comportamiento de los estudiantes te afecte emocionalmente, pero debiéramos ser capaces de respirar, tomarnos unos segundos y gestionar esas emociones, y cuando estemos listos para ser empáticos en una situación estresante, actuar, y preguntarnos ¿qué estará sucediendo en el mundo interno de ese niño o niña?
Poner en práctica la empatía es conectarnos con otros, demostrando que comprendemos que lo que está viviendo es significativo e importante, aunque no sepamos claramente lo que es o cómo realmente se siente. Es buscar una forma de conectarnos con otro, para que estos no se sientan solos, es “acompañarlos en su sentir”.
Ser empáticos no significa bajar las expectativas frente a tus estudiantes, no es sentir pena por ellos por alguna situación que estén vivenciando. Es validarlos como personas únicas e irrepetibles, es valorar la diversidad, es motivarlos a que son capaces de lograr lo que se propongan y que tu estarás ahí para apoyarlos.
Ese pequeño cambio de foco puede hacer una gran diferencia en lo que tus estudiantes sienten y oyen y, por consiguiente, es muy probable que sienta que hay alguien dispuesto a ayudarlo con sus dificultades. Esa valoración hará también que tenga una mejor disposición a prestar atención en clases, y su motivación también mejorará. Así, habremos hecho un pequeño pero importante cambio, no sólo en la vida de un estudiante, sino que, en la calidad de las relaciones de una sala completa, y a la larga también en el clima y en la convivencia de la escuela.
Debemos ser primeros los docentes quienes desarrollemos habilidades socioemocionales personales para, posteriormente, enseñarlas con el ejemplo a nuestros estudiantes. No podemos dar lo que no tenemos. La educación emocional está de moda dicen por ahí, pues bien, esta vez es importante ser presa de la moda y finalmente colocar la necesidad del ser, en el lugar fundamental que siempre se ha merecido.
Cierro con una frase de Henry David Thoreau que vi recientemente por ahí: “¿Podría ocurrir un milagro
mayor que el de mirarnos a través de los ojos de otro por un instante?».
Valia Carrasco Parra
Magister en Educación
Fundación Liderazgo Chile